viernes, 1 de febrero de 2008

Las señoras de los paraguas


Hoy he vuelto a verlas. Primero eran dos. Venían hacia mí y me he cambiado de acera. Creí que mi gesto pasaría desapercibido pero, al cruzarnos, advertí cómo me miraban de reojo, condescendientes, sabedoras de que esta vez me dejaban irme pero sólo porque así lo habían decidido. Llovía y su número, poco a poco, se fue multiplicando. Al atravesar las calles del casco histórico me mantuve siempre en el centro. Desde ahí, sin mirar atrás ni dejar nunca de caminar, veía sus siluetas a ambos lados. Se refugiaban bajo los soportales. En grupos, en parejas o incluso, las más osadas, en solitario. Llegué al portal y lo abrí con cuidado. En el primero también vivía una de ellas y un encuentro en la escalera, con tan poco espacio para huir, podría resultar mortal o, al menos, muy doloroso. Pero no me la crucé. Seguro que a esas horas ya había iniciado su cacería por el barrio.

Después escampó, y poco a poco, con ese ritmo cansino que las caracteriza, ellas volvieron a sus refugios. Dejaron sus armas en el paragüero y se sentaron a esperar. Tranquilas. Las señoras de los paraguas nunca tienen prisa. Saben que cuando vuelva a llover, y lo hará, la calle será suya de nuevo.

Portada del viernes 1 de febrero.

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